El tejido
se originó en Manabí. En 1630, el indígena Domingo Chóez conjugó esta materia
prima con la forma de los sombreros españoles. La actividad toquillera se
consolidó en el siglo XVII cuando decayó la producción de algodón y los
europeos empezaron a demandarlo como un sustituto del de paño. Los tejedores de
Montecristi y Jipijapa se especializaron en la elaboración del sombrero bajo el
modelo europeo.
En 1859, la
Reina de España mandó a que se organizara en Aranjuez una compañía de infantería
cuyo uniforme diario contara con un ‘sombrero jipijapa’. El auge exportador
generó una etapa de bonanza económica. Hacia 1863 salió desde el Puerto de
Guayaquil la increíble cifra de 500 mil sombreros anuales.
Para 1854,
el valor de la exportación del sombrero superó al del cacao, siendo aquel año
el producto que mayores ingresos le dio al Estado ecuatoriano. Momentos claves
en los que se dio una notoria alza en la producción toquillera fueron la
Exposición Mundial de París (1855), en la que se promocionó el sombrero
ecuatoriano que, a finales del siglo XIX, con la construcción del Canal de
Panamá, generó una gran demanda.
Al ser la
vía interoceánica una obra majestuosa de ingeniería en el mundo, su
construcción incluyó un despliegue que incluía a los obreros usando el
sombrero, además de políticos. Este hecho llevó a la errónea denominación de
‘Panama Hat’.
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